El dar y recibir en Navidad



A menudo nos concentramos sólo en dar. Pero, ¿de eso se trata, en realidad, la temporada?
por Dan Schaeffer

Faltaban exactamente 12 días para la Navidad, y estábamos terminando los preparativos de última hora. Habíamos llenado la bota de Navidad con el mensaje secreto y el adorno, y estábamos listos para salir. Metí a los chicos en el carro, mientras luchaban por reprimir sus risas de emoción. Cuando nos acercamos a la casa que habíamos escogido, me detuve, apagué las luces de nuestro carro, y susurré las instrucciones finales.

"Bien. A Christi le tocará esta noche poner la bota en la puerta. Mañana, a Andrew. Y pasado mañana, a Katie. Todos pueden ir con Christi. Pero —y esto es muy importante— tienen que estar callados, y ser muy cautelosos".

Con mucho sigilo, mis hijos se lanzaron en la oscuridad. Todavía puedo verlos en cuclillas y escondiéndose. Christi colgó la bota y tocó el timbre, y todos salieron huyendo. Nos metimos en el carro, y partimos antes de que abrieran la puerta. Ya dentro del carro, los niños se rieron y comentaron su emocionante aventura.
Faltaban todavía 11 noches más. Cada noche, la rutina era la misma: bajar corriendo, dejar el regalo en la bota colgada en la puerta, y salir huyendo. En la mañana de la Navidad, volvíamos con postres y cantando: "Navidad, Navidad, linda Navidad", y entonces nos revelábamos como "el amigo secreto".

Estábamos recreando una hermosa tradición llamada Los doce días de la Navidad, de la cual nosotros habíamos sido beneficiarios en años anteriores gracias a una maravillosa familia de nuestra iglesia. Una noche suena el timbre de la puerta, y uno descubre que no hay nadie allí, pero que han dejado una bota con un mensaje diciendo en forma poética que cada noche uno recibirá otro regalo especial de su "amigo secreto de Navidad". La costumbre, que corresponde a la canción favorita de la temporada, es uno de los recuerdos más preciados de Navidad de nuestros hijos. Es un sencillo acto de bondad, tan divertido para nosotros como para las personas que escogemos.

Es la temporada para sentirnos bien.

Es apenas una de las muchas actividades caritativas de Navidad, en la que nos hemos involucrados durante años. Hemos obsequiado regalos y ayudado a familias necesitadas a tener un árbol de Navidad; también hemos comprado regalos para los niños de los presos, contribuido con donaciones para construir un pozo de agua en una pequeña aldea de Asia, entre otras. Y lo disfrutamos de principio a fin porque hace sentir bien a los destinatarios, y a nosotros también.

En Navidad tenemos más oportunidades que en cualquier otro momento del año para hacer el bien. Durante once meses del año podemos ser bastante apáticos a las necesidades de otros, pero en Navidad nos desvivimos por ser generosos. ¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué razón?

Creo que una de las razones es porque nuestra cultura moderna nos ha inculcado que el verdadero espíritu de la Navidad consiste en dar a los demás. Esto ha sido no sólo comercialmente exitoso, sino que parece funcionar también a nivel emocional. Está personificado en el espíritu de Ebenezer Scrooge, quien cobra conciencia de su avara naturaleza sólo en el momento preciso, en la famosa historia de Charles Dickens, "Un cuento de Navidad". Scrooge se transforma cuando le pone fin a su tacañería y adopta el verdadero espíritu de la Navidad volviéndose generoso, y de esa manera una mejor persona. Es una de mis historias de Navidad favoritas; siempre me conmuevo al final cuando Scrooge envía el pavo y los regalos al hogar de los Cratchett.

¿Ha motivado la verdadera historia de la Navidad —la entrada de Dios a nuestro mundo— este espíritu de dar? En muchos casos, sí. Pero, en otros, no. Dar es, sin duda, una maravillosa manera de responder al amor de Cristo en la Navidad, pero, ¿es el verdadero espíritu de la Navidad? Es interesante tener en cuenta que el cuento de Dickens, del rudo y áspero viejo Ebenezer Scrooge, posiblemente ha contribuido más a formar la idea colectiva de lo que es el espíritu de la Navidad, antes que el relato bíblico del nacimiento de Jesús, en Lucas.

Un cuento de Navidad vs. La historia de la Navidad

La Navidad es la oportunidad para muchos de nosotros para rescatar nuestra autoestima, para mostrarnos a nosotros mismos, y también a los demás, la bondad de nuestro corazón. Todos los regalos que damos en Navidad nos convencen de que somos buenas personas. ¡Vean lo generosos que somos!

Me apresuro a añadir aquí que estos actos de bondad son realmente maravillosos, y no deseo desvalorizarlos de ninguna manera. Pero vale la pena preguntarse por qué usualmente no sentimos deseos de mostrar la misma bondad, y de ayudar a otros durante el resto del año. ¿Es el dar el verdadero espíritu de la Navidad? ¿Es ése el mensaje fundamental de la encarnación de Cristo?

Juan 3.16 nos recuerda que la encarnación tuvo que ver con el regalo de Dios: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito…" (Jn 3.16). Santiago nos recuerda que "toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces" (Stg 1.17). Vemos que Navidad consiste en compartir.
Pero, ¿quién es el que da, y quiénes son los que reciben? El relato bíblico de la entrada de Jesús en nuestro mundo revela que nosotros somos los destinatarios de un incomparable regalo divino, y el dador en la historia es Dios, quien se despojó a sí mismo para venir a salvarnos. Somos unos receptores que no hicimos nada para merecer este gran regalo. Es, evidentemente, una historia más grandiosa que la de Ebenezer Scrooge, pero, por desgracia, no tan fácilmente halagadora.

El cuento de Dickens simplemente nos hace sentir mejor con nosotros mismos. Nos sentimos alentados por el mensaje de que nosotros, también, podemos llegar a ser mejores personas a través de la generosidad. "Un cuento de Navidad" nos recuerda que aun el peor de nosotros (que Ebenezer Scrooge personifica) puede convertirse en alguien mejor y, al final, redimirse por medio de las acciones caritativas.

Sin embargo, como dice el autor William Willimon, "la historia de la Navidad no se trata de cuán bendecidos somos por ser dadores, sino lo esencial que es vernos a nosotros mismos como receptores. Esta extraña historia… nos habla de un regalo increíble recibido de un extraño, de un Dios al que casi no conocíamos. La primera palabra de la iglesia, un pueblo nacido de una natividad tan extraña, es que somos receptores antes que dadores… [y] que no es fácil ser el blanco del amor de Dios, o de cualquier otro. Esto requiere que veamos nuestra vida, no como una posesión nuestra, sino como un regalo. ‘Para la persona inteligente y sensible, nada es más repugnante que la gracia’, escribió John Wesley. Pero es así como Dios nos ama: con regalos que pensamos que no necesitábamos, que nos transforman en personas que no queremos —necesariamente— ser"1.

La Navidad sigue siendo el tiempo apropiado para expresar el amor de Cristo por medio de las acciones compasivas. No es la acción lo que debemos analizar, sino la motivación y el objetivo detrás de ella.

La celebración de un regalo

Cada año, mi esposa Annette y yo celebramos el aniversario de nuestro matrimonio. Siempre le hago un regalo especial. A veces es una tranquila cena en un buen restaurante; a veces es algo que he escrito para ella; otras veces es una vacación en un lugar especial. Nunca dejo de expresar de manera tangible mi inmensa dicha por estar casado con ella.

Mi intención no es celebrar todas las cosas maravillosas que he hecho por ella a lo largo de los años. Eso no nos alegraría mucho a ninguno de los dos. Lo que celebro, pura y sencillamente, es un regalo que recibí del amoroso corazón de mi Dios y Padre celestial.

Me recuerdo a mí mismo que, de todos los hombres a quienes esta maravillosa mujer pudo haber sido dada, Dios me la dio a mí. Yo soy nada más que un humilde y agradecido receptor. Y, de todos los hombres que mi esposa podría haber elegido, ella me eligió a mí. Y, de nuevo, esto me hace humilde y agradecido. Yo soy un receptor. No hay orgullo en mi celebración; solo una gratitud y un gozo permanente y sincero.

Por eso, en mi aniversario de bodas, celebro un regalo, no un logro personal. Así es cómo debiéramos celebrar la Navidad: como receptores. Ésta es la contradicción de la Navidad. En el día tan famoso por todos los regalos que damos a otros, debemos celebrar el que seamos receptores impotentes, pero tremendamente agradecidos. Y en última instancia, no hay nada más gratificante que ser capaces de expresar la gratitud verdadera de una manera tangible; una gratitud nacida de un amor tan grande, que tiene que ser expresada.
¿Fue elegida Belén para ser el lugar de nacimiento de nuestro Señor, porque era una ciudad grande, famosa e importante? Se nos dice exactamente lo contrario: "Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad" (Mi 5.2). ¿Fueron elegidos los pastores para recibir el anuncio del ángel, porque eran más valorados que los demás? ¿Y qué de María y José? ¿Fueron elegidos para ser los padres humanos de Jesús por sus grandes logros, y por su espiritualidad? Como se nos dice, María, una adolescente, no había tenido tiempo para lograr "grandes" cosas en la vida, y José era un humilde carpintero.

Ellos no se ganaron el derecho de ser los padres del Mesías, en virtud de sus logros o incluso de su carácter, a pesar de lo piadoso que eran; ellos también fueron receptores. En Lucas 1.49, María no se exalta por lo que ella ha hecho, sino que dice: "me ha hecho grandes cosas el Poderoso". El espíritu evidente de esa primera Navidad fue una innegable sensación de haber sido bendecidos, de haber recibido misericordia y gracia de Dios.

Es tentador enfocarme en mi bondad, mi sensibilidad y mi benevolencia cuando me esmero tratando de hacer especial a todo el mundo en Navidad. Es quizás, por esto, que a veces el verdadero espíritu de la Navidad sigue siendo ambiguo. La gratitud busca responder a quien nos ha dado. Pero cuando uno comienza a enfocarse en lo que ha dado, busca una reacción de parte de la persona a quien uno ha dado. Esto no siempre genera complacencia; no todo el mundo se mostrará agradecido, y nuestros regalos no siempre serán apreciados del todo.
¿Podemos celebrar el haber recibido el don inefable de Dios, y al mismo tiempo dar en Navidad? ¡Claro que sí! Sería extraño que no lo hiciéramos. Pero lo que hará toda la diferencia será lo que motive nuestros actos de bondad. Irónicamente, el acto de bondad o el hacer regalos les parecerá que es lo mismo a quienes nos vean hacerlo, no importa nuestras motivaciones. Sólo nosotros sabremos la diferencia.

En nuestro intento por descubrir el verdadero espíritu de la Navidad, debemos ser capaces de identificar el falso. Aunque muchas cosas pueden hacernos sentir bien durante la celebración, el verdadero mensaje de la Navidad nos enseña humildad. Nos recuerda que somos simplemente receptores con una necesidad apremiante, aunque estábamos ciegos a esa necesidad hasta que nos fue mostrada.

Así que, en esta temporada, cuando se disponga a dar, enfóquese en lo que ha recibido. Deje que la gracia y la misericordia que Dios le dio, llene su corazón, y que éstas fluyan después a los demás a través de usted. Al hacerlo, invite a otros a unírsele en su agradecida celebración. Permítase experimentar la admiración y la gratitud gozosa en esta santa temporada. Sienta lo que María, José, los pastores, los magos, Simeón y Ana debieron haber sentido. Recuerde que usted puede dar sólo porque recibió primero. Su regalo de tiempo o de dinero no es más que una prolongación del regalo de amor que Dios le hizo a usted.

Tomado de encontacto.org

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